Sara o el marchitar de las amapolas
A menudo caemos en el error de pensar que somos siempre los mismos; que aunque la biología nos vaya moldeando a su antojo con su imperiosa manía de ir desgastándonos poco a poco, nuestra mente se mantendrá eternamente joven y permanecerá abrazada a las convicciones de siempre. Nos equivocamos del todo, pues es en la mente donde germina la semilla de todos los cambios que irán aflorando cuando nos enfrentemos al dictamen del espejo. Igual que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, como bien nos enseñó Heráclito, tampoco nadie puede aguantar toda una vida paseando sobre sus hombros la misma mente. La mente es, con diferencia, el órgano más versátil que tenemos. Puede pasar de estar replegada sobre sí misma en una oscuridad compacta y tenebrosa, a desplegarse en infinitos pasillos llenos de puertas. Cada una de ellas se abre después de habernos atrevido a dar un paso en una dirección no acostumbrada o a conocer a alguien nuevo o a explorar una realidad distinta. Nuestra reali