La vida tras la pantalla que la esconde
A diferència del articles anteriors i, de forma excepcional, aquesta vegada escriuré en castellà en deferència a Carmen Cabeza, l’autora de la novel.la objecte d’aquest post, a qui tinc el plaer de comptar entre els meus amics.
La historia de los últimos cien años de nuestro país ha sido contada y recreada infinidad de veces en muchas novelas de muy distintos autores. Cada uno lo ha hecho en su estilo, ciñéndose a los hechos de manera rigurosa, o tomándose la licencia de modificarlos para que encajasen mejor con los tiempos de sus personajes ficticios. Unos han enfocado la trama desde el ángulo de aquellos que perdieron la guerra y otros lo han hecho desde la perspectiva de quienes la ganaron. Y, dentro de cada uno de estos dos grupos, encontraríamos distintos matices que nos ayudarían a componer una realidad mucho más compleja de lo que, a priori se nos podría antojar.
Un mismo hecho histórico, contado por unos o por otros, puede variar un mundo. Si nos quedamos con una sola versión, con aquella que más encaja en nuestros esquemas preconcebidos, siempre nos quedaremos muy lejos de la verdad. Porque en todas las historias sus protagonistas mienten o callan parte de la verdad para no airear sus vergüenzas en público, para que no trascienda lo que no les interesa que se sepa.
Estas prácticas no sólo ocurren en medio de las guerras, sino que se dan en todos los escenarios en los que actúan los humanos.
En la década de los 90 del siglo pasado se puso de manifiesto que la mayoría de las personas éramos analfabetas emocionales, por muchos méritos académicos que acumulásemos o por muchos logros económicos que hubiésemos alcanzado. Daniel Goleman, con su betseller Inteligencia Emocional, llegó para enseñarnos lo mucho que nos empeñábamos en esconder de nosotros mismos tras nuestras supuestas vidas de éxito.
Pero, para contraatacar, las redes sociales no tardarían en aparecer en escena y en llenarse de imágenes dignas de portada de revista y de vídeos de personas comportándose como verdaderas divas. Las emociones han acabado traducidas en emoticonos, pero la verdadera vida de cada uno queda tan oculta como lo ha estado siempre, tras capas de maquillaje, filtros y demás. Para que no trascienda lo que no interesa que trascienda. Porque de lo que se trata es de que la gente no piense, no indague, no se pregunte el porqué de su existencia. Una persona que se busca a sí misma, no se conforma con sucedáneos de superficialidad. No pierde el tiempo disfrazándose de quien no es para captar más likes en sus redes. Se preocupa por seguir aprendiendo de sus errores, por avanzar en las sendas que va descubriendo y por ser cada vez menos dependiente de las críticas o las alabanzas de los demás. Pero esas personas, por desgracia, son minoría.
Fotografía y diseño de portada: Carlos Becerra
En Nunca fuimos Ingrid Bergman, la escritora asturiana Carmen Cabeza nos cuenta la historia de las mujeres de una familia que padeció las consecuencias de la Guerra Civil española, perdiéndolo todo y pudiendo sobrevivir gracias al coraje de una de ellas, quien decide sacrificarse por el bien del resto de su familia.
Carmen retrata cada personaje al detalle, cuidando con esmero cada matiz y otorgándoles un realismo sorprendente y mágico a la vez. En un escenario de postguerra, gris y asfixiante, logra disipar la niebla que envuelve a cada personaje para perfilar con nitidez sus rasgos externos, pero también sus fantasmas internos. Así, vemos que esas mujeres, por muy mal que lo estén pasando, también son capaces de distraerse de su apagada realidad cuando tienen oportunidad de acudir a un cine y creerse Ingrid Bergman ni que sea por breves momentos que las acaban rescatando de sus miserias.
Nunca fuimos Ingrid Bergman. Ni siquiera pudimos parecernos a ella, copiar la sonrisa que le fruncía el rostro como una flor asimétrica, imitar la cualidad evanescente de su pelo… La mirada de Ingrid Bergman poseía la virginidad de una diosa. En cambio, nuestro rostro era incapaz de proyectar esa luz; carecía de la amplitud de registros que ella sabía reflejar como un caleidoscopio. Aunque ahora, después de tanto tiempo, he llegado a la conclusión de que nadie podía parecerse a Ingrid, ni siquiera mi madre, que murió siendo muy joven, ni María, la muchacha enamorada de un Robert por el que aún doblan las campanas, ni Karin, la refugiada de Stromboli, ni la divina Ilsa, cuando se despide de Rick en Casablanca.
Nunca fuimos unas santas como Sor Benedict, ni supimos imitar el encanto de Ivy, la camarera, cuando intenta seducir al doctor Jekyll; tampoco llegamos a alcanzar la candorosa inocencia de Paula Alquist en Luz de gas, o la imperturbable devoción de Alicia Huberman en Encadenados. Y, lamentablemente, nunca llegamos a ser protagonistas de una película de Hitchcock.
Nunca fuimos Ingrid Bergman. Ni siquiera pudimos imitarla. Nunca poseímos el don de ser diosas, ni llegamos a encajar la derrota de no sabernos inmortales.
Fragmento de la novela Nunca fuimos Ingrid Bergman, de Carmen Cabeza- Nieva Ediciones- 2019
La diferencia entre Ingrid Bergman y todas las mujeres que soñaron con ser como ella, es que ella fue un mito, mientras que las otras fueron mujeres de carne y hueso. Y los mitos, como ahora les ocurre a los instagramers o a los youtubers, nunca son lo que parecen, porque sólo enseñan lo que les interesa enseñar: verdades a medias o medias mentiras. Porque la verdad, a secas, raras veces convence. Y en un mundo en el que lo que interesa es vender o venderse, contar la verdad nunca es una buena estrategia.
Ese mutismo que ha envuelto de niebla tantos entornos familiares de nuestra historia reciente ha propiciado más consultas psiquiátricas y psicológicas de las que pudiéramos imaginar. Porque un niño o una niña que crecen entre mentiras piadosas o entre silencios que no paran de generar nuevas preguntas, se convertirán en un hombre o en una mujer inseguros y quebradizos que no pararán de buscar respuestas ni de repetir los errores que ya han visto cometer a sus progenitores. Porque los niños son como esponjas que absorben todo lo que ven. A veces, no queriéndonos parecer a nuestros padres, acabamos repitiendo su mismo patrón. Quizá porque ellos, en su empeño por no parecerse a los suyos, se equivocaron tanto como nosotros.
Quizá la verdad no sirva para vender, pero contada a tiempo, sirve para evitar males mayores.
El miedo a contar para evitarle un daño a quienes queremos no es una excusa convincente para justificar ningún silencio. Todos tenemos derecho a saber quiénes somos y quiénes han sido los que nos han precedido. Tratar de escondernos nuestra raíz es condenarnos a deambular por el mundo sin sentirnos nunca en nuestro lugar, porque no tenemos cimientos que nos sostengan.
Nunca fuimos Ingrid Bergman es una novela impecable, que nos enfrenta con la realidad a través de su protagonista y nos recuerda la célebre frase de Faulkner: “El pasado no existe. Ni siquiera es pasado.”
Estrella Pisa
La novela está editada por Nieva Ediciones y se puede adquirir en la Librería Cervantes de Oviedo y también a través de su web: https://www.cervantes.com/libro/9788494976193/nunca-fuimos-ingrid-bergman/
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