L'hora de passar comptes

 

Els temps evolucionen i, teòricament, ens haurien de fer més empàtics els uns amb els altres, més capaços de tolerar les diferències que en altres moments de la història ens haurien pogut separar. Però, a la pràctica, els carrers de les nostres ciutats van plens de mostres d’intolerància, perquè podem ser urbanites per allò que ens interessa, però no dubtem a comportar-nos com veritables bèsties sense domesticar quan deixem que siguin els nostres instints més primaris els que ens marquin el camí a seguir.

Moltes de les tradicions populars que mantenim vives a molts pobles de la nostra geografia estan arrelades en creences que no tenen cabuda en el nostre dia a dia actual, en concepcions molt extremes del que se suposa que ha de ser un home i ha de ser una dona. En aquest ideari no queda lloc per a la igualtat de drets i oportunitats en referència al gènere, ni per a la diversitat sexual. I tampoc té el mateix valor que la dels autòctons la vida d’aquells que tenen un altre color de pell o parlen una altra llengua o abracen una altra fe.

La cultura d’un poble es nodreix d’aquestes tradicions que s’han preservat generació rere generació. Rememorar-les un cop a l’any és una manera de llegar-les als qui venen tot darrera i de no perdre la nostra identitat. Però hauríem de saber separar la celebració de la memòria del que vam ser en altres temps del que som ara, evitant barrejar els conceptes i ficar-nos tant al personatge del que ens disfressem que ens creiem amb llicència per a actuar com ho haurien fet els nostres ancestres. Malauradament, els incidents que es donen cita en aquesta mena d’esdeveniments acaben obrint, moltes vegades, els espais de notícies.

Les concentracions de molta gent celebrant al carrer per qualsevol motiu, sempre acaben donant-li a alguns llicència per alliberar els seus instints més baixos. Ho estem veient amb les violacions en grup, amb les agressions, de vegades mortals, al voltant d’on es celebren importants esdeveniments esportius o amb els atacs al col·lectiu LGTBI. Sembla com si, el fet d’estar envoltats per molta gent, els donés certa impunitat a aquells que cometen aquestes mostres d’intolerància i d’odi, com si es diluís la seva responsabilitat per la confusió que es crea en l’ambient i la sensació de que l’autor d’aquest delicte podria haver estat qualsevol.

 


La novel.la “La hora de las gaviotas” arrenca amb la celebració d’una d’aquestes tradicions en un poble del País Basc. Entre crits d’intolerància de molts veïns, un nombrós grup de dones desfilen pels carrers reivindicant el seu dret a participar-hi igual que els homes d’una tradició que sempre els ha estat negada. Algú aprofita la mala maror que es respira en l’ambient per assassinar a sang freda a una d’aquestes dones i abandona l’escenari del crim sense dificultat, cuidant-se de deixar pistes falses.

Aquesta darrera novel.la d’Ibon Martin és una nova entrega de les peripècies de la suboficial de l’ertzaina Ane Cestero.

 

- Buenos días- saluda tomando asiento frente a él. La nariz vendada y un ojo morado le dan aspecto de boxeador tras un combate. A ella todavía le duele la rodilla derecha del golpe que le descargó en la cara-. Quiero que quede claro que me repugna tener que compartir una charla con escoria como tú. Tienes suerte de que esa cámara que ves ahí arriba vaya a grabar todo lo que ocurra en esta sala. De lo contrario, te retorcería el cuello hasta que vomitaras toda la verdad. Y dudo que fuera capaz de parar antes de verte muerto.

- Es fácil amenazar a un hombre al que tienes esposado a una silla- masculla Loira sin alzar la mirada de la mesa-. Si tuvieras los dos cojones que jamás tendrás, hablarías conmigo de igual a igual.

-Claro, de igual a igual... Como la otra noche. Un ataque por la espalda y a ciegas- escupe Cestero, que todavía no es capaz de pestañear sin que la imagen del cráneo desfigurado de Olaia regrese con un realismo paralizante.

El detenido alza la cabeza y le dirigí una mirada cargada de desprecio.

-¿Qué sabrás tú?- suelta.

-No sé nada. Por eso estoy aquí sentada, frente a ti. Vas a contármelo todo- dice mientras pulsa el botón que activa la grabadora de voz.

-¿A una mujer?- se mofa Unai Loira-. Antes muerto.

Cestero aprieta los puños hasta que las uñas se le clavan en las palmas de las manos. Ya son varios los avisos que acumula por perder los nervios con detenidos relacionados con la violencia machista. Uno más precipitaría el final de sus días en la Ertzaintza.

-Sí, a la mujer que te ha hecho esa rinoplastia. Sabes que tu nariz ya nunca será la misma, ¿verdad?

-No te diré una mierda.

-Peor para ti. Sabes que te va a caer la perpetua, ¿verdad?- anuncia haciendo un esfuerzo por mostrarse conciliadora.

-No seas tan lista. Eso no existe en nuestro país.

-Prisión permanente revisable, llámala como quieras, pero acostúmbrate a una vida entre rejas.

-Que no reconozco tu autoridad. ¿Cómo tengo que decírtelo?

Alguien llama con los nudillos a la puerta.

-¿Se puede?- inquiera Julia, asomándose por el quicio.

-Claro. A ver si tú tienes más suerte. El señor Loira se niega a contestar a mis preguntas.

-Pues tendrá que hacerlo- apunta su compañera tomando asiento.

Cestero esboza una mueca de circunstancias.

-Prueba tú.

-¿Confiesas el asesinato de Camila Etcheverry, Miren Sagardi y Olaia Iribarren?

Unai Loira les dedica una mirada altiva.

-¿Y el abogado que he pedido?

- Está en camino- anuncia Cestero con tono gélido.

-Pues no pienso hablar hasta que llegue.

La suboficial se pone en pie y abandona la sala.

-¿Cómo vais?- le pregunta Aitor. Está apoyado en una mesa, revisando en su portátil imágenes del Alarde.

- El tío se niega a declarar si no es en presencia de su abogado.

- Abogada- corrige una voz de mujer que llega desde el fondo del pasillo-. Lamento no haber podido llegar antes.

Cestero es incapaz de esconder la sonrisa al verla. A Loira le va a encantar la noticia de que el abogado que espera tiene unos pechos generosos y un bebé dentro de la barriga.

-Bienvenida. Íbamos a empezar ahora mismo. Pase conmigo- indica la suboficial.

La mirada de desprecio con que el detenido da la bienvenida a la recién llegada se anticipa a sus palabras:

- ¿Y ésta quién es? ¿Es que no hay policías varones en esta comisaría?

- Es tu abogada- anuncia Cestero.

- Y una mierda.

- Pues me temo que es lo que hay. Soy yo quien está de guardia- anuncia la letrada, que se acaricia la tripa como si pretendiera proteger a su vástago de semejantes desprecios.

- Tengo derecho a un abogado. Tú deberías estar en casita cuidando de los críos- espeta dirigiendo una mirada a la barriga de la abogada.

- Puedes llamar a tu propio letrado, si lo prefieres- anuncia ella.

- No tengo.

- Pues entonces te corresponde el de guardia. Y se da la circunstancia de que me ha tocado a mí.

Loira sacude la cabeza mientras frunce los labios.

-Quiero que me asista un hombre. Estoy en mi derecho.

Cestero siente la tensión en los maxilares. Su mirada vuela una vez más hasta la cámara. Ojalá no estuviera allí.

-Quienes estaban en su derecho de vivir eran las mujeres a las que has asesinado- masculla poniéndose en pie. Se inclina hacia adelante para colocarse entre la cámara y el detenido. Su propia espalda tapará la escena. Estira el brazo y deja caer la mano sobre el codo herido, que Loira tiene apoyado en la mesa-. ¡Huy, perdón, he perdido el equilibrio!

El dolor demuda el gesto altivo de Loira en una mueca patética. Su boca no podría estar más abierta y, sin embargo, es incapaz de gritar. Solo cuando Cestero afloja la presión consigue soltar un lamento.

- ¡Estás loca!- clama el detenido palpándose el brazo vendado.

- Lo siento, he tropezado. ¿Qué? ¿Comenzamos el interrogatorio?

- Vosotros lo habéis visto. ¡Me ha agredido!- exclama Loira volviéndose hacia Julia y la abogada.

- Yo no he visto nada- apunta Julia.

La letrada recrimina a Cestero con la mirada. No va a permitir que repita algo así.

Loira las observa furioso.

-Ya está bien de gilipolleces. Acabemos con esto, sí. Soy el asesino del Alarde. Las he matado a todas.- Sus ojos están inyectados en rabia. Los clava en Cestero, que alcanza a sentir su odio atravesándole la piel-. Y volvería a hacerlo sin dudar. Lástima que contigo las cosas no salieran bien. Si no llega a ser por esa maldita entrometida, te habría reventado la cabeza.

-Te vas a pudrir en la cárcel- espeta la suboficial.

Una sonrisa cargada de desdén borra el rictus de dolor del rostro de Loira.

-Sabes que no será así. Cada vez somos más quienes nos damos cuenta de que las feministas no sois más que nazis que queréis someternos. Los hombres no tardaremos en recuperar el espacio que nos corresponde por naturaleza. Hoy  somos unos pocos quienes nos atrevemos a enfrentarnos a vuestra dictadura, pero pronto estaremos todos unidos. ¿Y sabes qué pasará entonces? Que los valientes como yo, quienes fuimos la vanguardia en esta lucha, seremos héroes.- Su voz se torna burlona-. No, querida suboficial, no me voy a pudrir en la cárcel. Antes de lo que crees cambiará la ley o me indultarán.

- Tú no eres ningún valiente. Ni una rata aguardaría agazapada en la oscuridad para matar a martillazos a una mujer- le reprocha Cestero.

- ¿Dónde está Loli Sánchez? ¿Qué has hecho con ella?- pregunta Julia.

- Un momento- interviene la abogada-. ¿En qué indicio se basa que el detenido pueda ser responsable de su desaparición?

-Tú calla. Vete a la gimnasia de preparación al parto. No necesito que ninguna mujer me defienda- escupe Loira-. A la pintora esa la maté, igual que al resto.

-Que conste que rechaza mi asistencia- dice la letrada aproximándose a la grabadora. Después abre la puerta y dirige una última mirada a las ertzainas-. Tengo mejores cosas que hacer que soportar insultos.

-No la mataste- corrige Julia en cuanto se quedan solas-. ¿Dónde la has metido? ¿Por qué no nos hablas también de lo que hacíais con el Gure Poza?

Cestero solo necessita leer el gesto desorientado del rostro del detenido para comprender que no tiene la respuesta preparada.

-Claro que la maté- dice Loira recuperando la entereza-. Arrojé el cuerpo al mar. Quizá las corrientes lo devuelvan algún día.

-¿Qué arma empleaste?

- La misma maza que para romper la cabeza de la amiga de ésta- escupe Loira señalando a Cestero con una mueca de desprecio.

La suboficial aprieta los reposabrazos, mientras se pide calma.

-¿Por qué tomarte el trabajo de trasladar el cadáver hasta el mar pudiendo abandonarlo en el lugar del crimen?- comenta Julia.

Loira se encoge de hombros.

-Me dio por ahí.

Cestero frunce el ceño. Ha logrado descolocarlo. Julia está haciendo un gran trabajo.

-¿Dónde la has ocultado?- interviene la suboficial.

-¿Cómo las trasladaste hasta el mar?- continúa Julia.

-¿Qué más da eso? La maté. Las maté a todas. Se lo merecían.

Cestero y Julia cruzan una mirada de extrañeza. Este idiota no puede ser el líder de una red de trata ni planificar un asesinato como el de Camila. Nada tiene sentido en su confesión, es evidente que Unai Loira solo sirve para dar martillazos. ¿Para quién trabaja?

 

Fragment de La hora de las gaviotas d’Ibon Martín. Plaza y Janés- 2021

 

 

Tal com havia fet en les novel.les anteriors, a “La hora de las gaviotas”, l’autor continua regalant-nos unes descripcions impagables dels escenaris i paisatges on es desenvolupa la trama, al temps que ens descobreix noves parts fosques de la ment humana, mantenint l’intriga fins al final. Mai no sabem de què podem ser capaços fins que ens trobem dins de la situació que ens acabarà canviant la vida.

L’odi dels altres ens pot convertir en víctimes, però la rancúnia que guardem a dins cap aquells que ens han causat tant de dolor ens pot fer perdre el nord de les nostres vides, fins al punt de viure només per alimentar aquest odi i acabar venjant-nos de la forma més salvatge possible.

Tots estarem d’acord en la justícia peca masses vegades de ser injusta. Uns anys de presó, en el millor dels casos, no poden servir per pagar la vida que un assassí li ha pres a un ésser estimat. Una vida no es pot pagar amb res. Però tampoc podem erigir-nos en jutges i decidir imposar el nostre propi sentit de la justícia llevant-li la vida a aquells que ens han causat tant de dolor. Perquè llavors acabaríem sent tant assassins com ells i deixarien un munt de víctimes col.laterals que aprendrien a continuar vives odiant-nos i desitjant-nos la mort.

L’única manera de trencar aquest cercle viciós és optar per perdonar i per aprendre a demanar perdó. Perdonar ens allibera, mentre que odiar ens empresona cada dia una mica més. Qui viu odiant només és capaç de percebre la part més negativa de la seva existència, perquè aquest odi que dirigeix cap als altres el va enverinant de mica en mica i convertint-lo en la persona que mai hauria volgut ser.

Dedicar-te en cos i anima a idear formes de venjança et priva de tenir temps per captar tot el millor de la vida, que segurament t’està passant de llarg perquè, estant tant embriagat d’aquest odi, no ets capaç de veure res més.

La vida no és el que ens passa, sinó el que decidim fer amb el que ens passa. Si decidim passar-nos la vida buscant culpables potser un dia els trobarem i tindrem oportunitat de practicar la nostra peculiar justícia amb ells, però llavors, què farem amb la nostra pròpia culpa? Quina mena de justícia ens pot acabar convertint en assassins? Causar una mort et pot consolar d’una altra mort?

Ibon Martín s’ha anat convertint en els darrers anys en un referent del thriller nacional i internacional. Però les seves novel.les no s’assemblen a les novel.les típiques d’aquest gènere, que acostumen a concentrar-se en la perversa ment de l’assassí i a detallar les atrocitats de crims en sèrie. Les novel.les de l’Ibon Martin emeten una llum pròpia que ho acaba il.luminant tot, descobrint-nos paisatges d’una terra que coneix molt bé perquè l’ha explorada exhaustivament. Cada camí, cada cala amagada, cada far, cada castell en runes o cada molí abandonat cobren un protagonisme especial al llarg dels seus capítols. Els personatges i els escenaris que ens descriu l’escriptor tenen màgia i, per molt que creiem que ja no ens podrà sorprendre, sempre ho acaba fent.

 

Estrella Pisa

 

 

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