En el interior de una acuarela rota
Creo que aprendí a amar la poesía leyendo las Rimas y leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. Tenía catorce años y estaba en mi último año de colegio. Nuestro profesor de literatura era una persona muy reservada y algo taciturna, de ésas que cuando leen en voz alta se abstraen del contexto y parecen evadirse a otros mundos. Con él aprendimos a hacer comentarios de texto y a leer entre líneas. Nos enseñó cómo indagar entre las palabras de los textos para tratar de adivinar las intenciones ocultas de sus autores y acabar encontrándole más sentido a lo que empezábamos a leer.
Gracias a aquellas primeras lecturas de poetas como Manrique, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Garcilaso de la Vega, Espronceda, Bécquer, Machado, Alberti o Miguel Hernández descubrí la magia que pueden desprender las palabras cuando se confabulan para colorear nuestras más sentidas emociones. Cuando entre rimas se mecen las inquietudes y los miedos para acabar durmiéndose entre bambalinas y abrazando sueños nuevos. Aunque duela soñarlos por arrastrar el síndrome del impostor. No es fácil sentir que sobrevives cuando aquellos que más amabas ya no siguen en este mundo.
¿Cuántas veces no entonaría aquellos primeros versos de las coplas de Manrique hasta llegar a aprendérmelos de memoria? Lo mismo que con aquella Canción del pirata de Espronceda, o con los Campos de Castilla de Machado.
Pero Bécquer siempre fue especial. Sabía rozarme el alma con sus juegos de palabras. ¿Qué es poesía? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú.
Estos días he tenido el placer de leer De una acuarela rota, de mi amiga Carmen Cabeza. Un poemario que publicó hace casi tres años y que pretende ser un tributo a sus padres.
Carmen tiene el don de combinar las palabras y los sentimientos para acabar creando un universo completamente nuevo. Una realidad que, sin dejar de ser dura y triste, se nos antoja hermosa por la belleza de los símbolos que utiliza para desvelarla.
Perder a un padre o a una madre es una experiencia que nos resquebraja los cimientos emocionales. Se nos caen los referentes y nos invade la sensación de perpetua orfandad. Tener la certeza de que esas personas que nos han protegido siempre ya no van a estar ahí para nosotros nunca más es una sensación muy angustiosa que nos provoca vértigo. Es como si, a partir de ahora, nos hubiésemos quedado sin comodines a la hora de seguir jugando a seguir vivos. Ahora ya no hay red bajo los trapecios desde los que nos seguimos suspendiendo cada vez que decidimos arriesgarnos a dar un paso más allá, a intentar improvisar una mejor versión de nosotros mismos.
En los versos que componen los poemas del libro De una acuarela rota, Carmen se abre en canal y se derrama por sus páginas, escribiendo en carne viva. Su dolor se contagia y provoca infinitas lágrimas en los ojos que escudriñan las palabras que ella escoge para traducir lo que siente.
Pero, pese a ese inmenso dolor, en esa acuarela rota, también podemos hallar un aliento de esperanza.
Si lo pensamos bien, todos estamos rotos. A todos nos faltan personas que se han quedado atrás en nuestros particulares caminos. Todos nos hemos equivocado en muchas encrucijadas, aunque en otras hayamos sido capaces de escoger la senda más ventajosa. Todos arrastramos recuerdos dolorosos y heridas abiertas aunque, a los ojos de los demás, parezcan haber dejado de sangrar.
De una acuarela rota nos invita a viajar a través del dolor, de la pérdida, de la decepción, de los sueños incumplidos y de los dioses rotos. Pero, al mismo tiempo, también nos enseña a reinventar la vida, a redescubrir el pasado a través de los buenos recuerdos, esos que cristalizan en nuestra memoria a partir de esos momentos que, sin ser capaces de darnos cuenta, se acabarán convirtiendo en lo más cerca que habremos estado de experimentar la felicidad.
La muerte es una parte inevitable de la vida. No tenemos potestad para postergar su llamada ni tampoco para detener el tiempo. Pero sí podemos atesorar los momentos compartidos con esas personas que hemos perdido y convertirlos en nuestro más genuino credo. Creer en lo que sentimos hacia esas personas mientras tuvimos el privilegio de estar en sus vidas y de que ellas estuviesen en las nuestras. Y sentir que todo ese amor nunca nos lo podrá arrebatar nadie porque se nos ha grabado a fuego en el alma.
Leer a Carmen es como movernos de puntillas por encima de una alfombra sembrada de espinas. Resulta casi imposible no resultar heridos. Pero, aun a través del dolor que nos infringen sus palabras desnudas, ella es capaz de adiestrarnos en cómo soportarlo y en cómo crecer y sanar a partir de él.
Para superar el dolor primero hay que sentirlo. Notar cómo se apodera de todos nuestros espacios y nos araña con sus aristas hasta dejarnos descosidos como trapos viejos que temen acabar sus días devorando el polvo que quedará de lo que un día fuimos y nos convencemos que ya no seremos nunca más.
La madurez no sólo implica achaques físicos. También nos aporta serenidad, perspectiva y, aunque parezca algo paradójico, tiempo. Porque ya no tenemos prisa por bebernos la vida de un solo trago, porque ya no tenemos nada que demostrarle a nadie, porque podemos permitirnos el lujo de ser como somos sin pedir permiso ni perdón por ello. El tiempo es relativo y, si algo nos enseña la madurez es a dejar de medirlo en días o en años, para empezar a degustarlo en momentos. Momentos que devengan en algo importante para recordar y en lo que recrearnos cuando las fuerzas ya no se animen a seguir tirando de nosotros.
Estrella Pisa
El poemario De una acuarela rota puede adquirirse en el siguiente enlace de la Editorial Bajamar:
Gracias Estrella por compartir este bello poemario de tu amiga que sin duda merece la pena su lectura. Un abrazo
ResponEliminaGracias a ti, Nuria. Por leer la reseña y comentarla. Carmen Cabeza sabe emocionar tanto con su prosa como con sus versos.
EliminaUn fuerte abrazo.
Nos muestras un buen poemario de Carmen Cabezas, Estrella. Además, tus reflexiones al hilo de él sin impagables.
ResponEliminaUn enorme abrazo :-)
Carmen tiene una sensibilidad especial cuando escribe poesía y es muy hábil cuando se propone rozarnos el alma.
EliminaUn fuerte abrazo.